1 mar 2015

Uclés



A medio camino entre Cuenca y Madrid, sobre la ladera de una empinada colina, se alza Uclés, una hermosa villa de orígenes celtíberos y romanos que parece anclada en el pasado. Rodeada por los restos de sus murallas, sus torres, siempre vigilantes, observan inmutables el transcurrir de los siglos.
 Y en la cumbre, sobre un cerro bañado por el río Bedija, con el pueblo desplegándose a sus pies, se levanta el Monasterio de Santiago, un conjunto  monumental extraordinario a la par que majestuoso, al que se ha dado en llamar con acierto "El Escorial de La Mancha".
 El monasterio forma parte de un conjunto de fortificaciones que tuvo sus orígenes en la dominación musulmana de la Península Ibérica. Tras su reconquista por los cristianos fue donado por el Rey de Castilla Alfonso VIII a la Orden de Santiago. Era el  9 de enero del año 1174, como se recoge en el llamado Tumbo Menor de Castilla. Una de sus miniaturas muestra la escena de la donación junto a un dibujo del primitivo castillo.
La Orden convirtió el castillo de Uclés en su casa madre (Caput Ordinis, Cabeza de la Orden), conformando un formidable complejo de edificaciones, parte de las cuales aún se conservan en la actualidad, destacando, de norte a sur, las torres del Pontido y el Palomar, aún de la fortaleza árabe, y unida a ellas por un imponente lienzo de muralla, la más moderna torre Albarrana (ss. XIII-XIV) en el extremo meridional.
 Con el fin de la reconquista en el siglo XV el maestrazgo de la Orden pasa a la Corona de Castilla y la Orden de Santiago pierde en gran medida su función militar. Por este motivo  bajo el reinado de Carlos I, el 7 de mayo de 1529, el Prior D. Pedro García de Almaguer inicia una reforma radical que convertirá la fortaleza medieval en el actual edificio. Una inscripción en el ábside de la iglesia del monasterio recuerda dicha fecha.
 La duración de esta reforma o más bien nueva construcción, más de dos siglos, dará lugar a una acertada combinación de estilos arquitectónicos.
 El interior del monasterio se articula en torno a un claustro del siglo XVII cerrado por treinta y seis arcos, con el bello brocal barroco del aljibe en el centro. Alrededor de este claustro las dependencias más notables son el refectorio (s. XVI), con un majestuoso artesonado renacentista, la sacristía plateresca atribuida a Andrés de Vandelvira, (actualmente utilizada como capilla), y la escalera regia, de estilo barroco. Además, por supuesto, de la soberbia iglesia herreriana, obra de Francisco de Mora, terminada en 1598, cuyo chapitel se destaca en lontananza, coronado por la característica figura de su veleta: un gallo de más dos metros que aún hoy sigue girando al compás de los vientos.
 Aunque son las tres torres herrerianas lo que más poderosamente nos llama la atención al acercarnos a Uclés, el exterior del edificio que hoy podemos admirar y visitar destaca también por la variedad de sus fachadas: la fachada este, de estilo plateresco, de traza diseñada posiblemente por Enrique Egas, las fachadas herrerianas del norte y oeste, correspondientes a la iglesia mayor, y la fachada principal, finalizada en 1735 por Pedro de Ribera en estilo churrigueresco, reinando ya Felipe V.
 




































 

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