24 sept 2013

Palazuelos del Agua (Guadalajara)

 
 
Cómo, me dan pena las abandonadas,
que amaron creyendo ser también amadas.
Y van por la vida llorando un cariño,
recordando a un hombre y arrastrando un niño.
Como hay quién derribe del árbol la hoja,
y al verla en el suelo, ya no la recoja,
y hay quién a pedradas tire el fruto verde,
y lo eche rodando después que lo muerde.
Las abandonadas son frutas caídas,
del árbol frondoso y alto de la vida,
son más que caídas, fruta derribada,
por un beso artero, como una pedrada.
Por las calles ruedan estas tristes frutas
como maceradas manzanas
y en sus pobres cuerpos antaño surgentes
llevan la indeleble marca de sus dientes.
Tienen dos caminos que escoger
el quicio de una puerta honrada
o el harén del vicio,
y en medio de tanto, de tantos rigores
hay quién al hablarles, se atreva de amores.
Aquellos magnates que ampararlas pueden
más las precipitan para qué más rueden
y hay quién se vuelva su postrer verdugo
queriendo exprimirlas, si aún les queda jugo.
Las abandonadas son como el bagazo,
que alambica el beso y exprime el abrazo,
si aún les queda zumo, lo chupa el dolor,
son tristes bagazos, bagazos de amor.
Cuando las encuentro me llenan de angustia,
sus senos marchitos, y sus caras mustias,
y pienso que llevan en sus arrepentimientos
un niño que es hijo del remordimiento.
El remordimiento lo arrastra algún hombre oculto
que al ver a esos niños de blondos cabellos
yo quisiera amarlos y ser padre de ellos.
Las abandonadas me dan estas penas
porque casi todas son mujeres buenas
son manzanas secas, son frutas caídas,
del árbol frondoso y alto de la vida.
De sus hondas cuitas ni el Señor se apiada,
porque de esas cosas Dios no sabe nada,
y así van las pobres, llorando un cariño,
recordando a un hombre, y arrastrando un niño.
 

























 

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